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miércoles, 14 de diciembre de 2011

LA BAILARINA (Gabriela Mistral, chilena).

La bailarina ahora está danzando 
la danza del perder cuanto tenía. 
Deja caer todo lo que ella había, 
padres y hermanos, huertos y campiñas, 
el rumor de su río, los caminos, 
el cuento de su hogar, su propio rostro 
y su nombre, y los juegos de su infancia 
como quien deja todo lo que tuvo 
caer de cuello, de seno y de alma.

En el filo del día y el solsticio 
baila riendo su cabal despojo. 
Lo que avientan sus brazos es el mundo 
que ama y detesta, que sonríe y mata, 
la tierra puesta a vendimia de sangre
la noche de los hartos que no duermen 
y la dentera del que no ha posada.

Sin nombre, raza ni credo, desnuda 
de todo y de sí misma, da su entrega, 
hermosa y pura, de pies voladores. 
Sacudida como árbol y en el centro 
de la tornada, vuelta testimonio.

No está danzando el vuelo de albatroses 
salpicados de sal y juegos de olas;
tampoco el alzamiento y la derrota 
de los cañaverales fustigados.
Tampoco el viento agitador de velas, 
ni la sonrisa de las altas hierbas.

El nombre no le den de su bautismo. 
Se soltò de su casta y de su carne 
sumiò la canturía de su sangre 
y la balada de su adolescencia.

Sin saberlo le echamos nuestras vidas 
como una roja veste envenenada 
y baila así mordida de serpientes 
que alácritas y libres la repechan, 
y la dejan caer en estandarte 
vencido o en guirnalda hecha pedazos.

Sonámbula, mudada en lo que odia, 
sigue danzando sin saberse ajena 
sus muecas aventando y recogiendo
jadeadora de nuestro jadeo, 
cortando el aire que no la refresca 
única y torbellino, vil y pura.

Somos nosotros su jadeado pecho, 
su palidez exangüe, el loco grito
tirado hacia el poniente y el levante
la roja calentura de sus venas, 
el olvido del Dios de sus infancias. 

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